viernes, 4 de abril de 2014

El muerto que no fui a los 27

Me cautiva el espectro alguna noche.

Aquellos días
con olor a fracaso y color rojo,
con olor a fracaso y gasolina.
Me inundaba el dolor. Yo lo gozaba
como metido en un cuenco profundo
de miel, como azotado
por una masa enorme y puntiaguda.

Pero era placentero ese sufrir
tan cargado de gloria, promesas, poesía.

Y luego, aquel silencio
blanco y oscuro a un tiempo
como de tubería, en que sumirse
para escuchar tan solo la cabeza por dentro,
el runrún melancólico, los ecos
de poemas soñados y aún no escritos.

Cuánta audacia contiene la palabra derrota.

Me veo en viejas fotos:
yo con la soledad del ciervo herido,
del ciervo que agoniza y ve cómo se borran
los contornos del mundo alrededor;
yo con pose de estrella,
cargado de adjetivos que callar,
cargado de pereza;
yo en silencio,
con las ojeras como un mapa mudo
y alma de funeral.

Me cautiva el espectro algunas noches
del genio que no fui y ya no seré.
Me salvan del insomnio algunas cosas, claro:
el calor del colchón; las rutinas de un padre.

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